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Inmunidad humana: la guerra interior

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Texto: Efrén Diaz Millán

Asesoría: Gilberto Castañeda Hernández, Departamento de Farmacología

Cuando una persona es infectada por un agente extraño su organismo libra una auténtica guerra interior entre su sistema inmune y los patógenos invasores que buscan replicarse en diferentes órganos del cuerpo; durante ese proceso el individuo presenta malestar, debilitamiento y una temperatura elevada, si las defensas logran detener la invasión el individuo se recupera, si son vencidas puede provocar su muerte.

El diccionario de la lengua española define la palabra inmunidad, en su acepción bilógica y médica, como un “estado de resistencia, natural o adquirida, que poseen ciertos individuos o especies frente a determinadas acciones patógenas de microorganismos o sustancias patógenas”.

Desde esta perspectiva se puede decir que el cuerpo humano cuenta con un sistema inmune capaz de defenderlo ante una infección procedente del exterior por virus, bacterias, hongos o parásitos; este sistema de defensa es muy eficaz pero no es infalible.

Cuando el cuerpo humano es infectado o invadido por un agente extraño se activa su sistema de defensa para luchar contra el invasor por medio de los glóbulos blancos y tienen dos componentes: inmunidad celular e inmunidad humoral; como se presenta una verdadera guerra se podría entender con una analogía en términos militares.

La inmunidad celular se activa como la primera línea de defensa; ciertos tipos de glóbulos blancos, como los macrófagos, son capaces de ingerir al agente extraño para destruirlo. Ganar la batalla depende de los efectivos disponibles, si el número de glóbulos blancos supera al número de invasores, el cuerpo presentará malestar por un tiempo, pero al triunfo de sus defensas vendrá la recuperación y el alivio. En cambio, cuando los agentes invasores los superan, el organismo corre un grave riesgo.

La inmunidad humoral es la segunda línea de defensa, en ella intervienen los anticuerpos o antígenos (inmunoglobulina o Ig), proteínas en forma de Y cuya función es adherirse a los patógenos y evitar la infección en las células; pueden que encontrarse en la sangre u otros fluidos del cuerpo.

Al momento que un agente extraño entra al organismo, otro tipo de glóbulos blancos, llamados linfocitos (que maduran por precursores de la medula ósea y cuyas células expresan moléculas de inmunoglobulinas), también entran en contacto con ellos. Los linfocitos (B o T) detectan a las moléculas ajenas al organismo, como las contenidas en la cápsula de los virus o las bacterias, por ejemplo, y luego hacen un molde de esas partículas extranjeras.

Con este molde, los linfocitos crean una nueva molécula, llamada anticuerpo, que reconoce de manera muy específica al agente infecciosos. Los anticuerpos así generados detectan a los virus donde quiera que estén, los persiguen, se unen a ellos y desencadenan toda una serie de procesos que los destruyen de manera altamente eficiente.

Los anticuerpos son como la artillería y la fuerza aérea, es decir, las armas más eficientes que existen para combatir una infección. Los linfocitos sensibilizados se dividen en dos grupos: el primero se compone de células que atacan a los virus presentes; el segundo está constituido por células de memoria, que guardan el molde de los anticuerpos.

De esta manera, al enfrentar una segunda infección el organismo ya no se enferma, pues de inmediato se activan defensas sumamente eficientes: de hecho, este principio es replicado en la vacunación, donde se generan células de memoria o anticuerpos para generar inmunidad contra cualquier infección subsecuente; este tipo de células explican por qué, cuando se presenta un contagio de ciertas enfermedades como sarampión, varicela o rubeola, entre otros, el organismo se recupera sin volverse a infectar.

Ante una infección, el organismo debe guardar reposo, porque al experimentar una guerra en su interior la mayoría de sus recursos de energía se deben canalizar hacia los glóbulos blancos; el reposo permite que el sistema de defensa emplee la mayor parte de la reserva de energía disponible.

Las personas con organismos cansados o frágiles, como los ancianos y quienes sufren alguna enfermedad, que debilite sus defensas, presentan un sistema inmune frágil que no alcanza a dirigir suficiente energía para fortalecerlo ante los agentes infecciosos, entonces puede sucumbir.

En algunos casos hay individuos que se contagian con patógenos externos, pero no fallecen ante ello porque crean defensas invencibles mediante la generación de anticuerpos; estos sujetos pueden enfermar grave o levemente y aliviarse, o bien responder tan bien que no tendrán ni siquiera síntomas de la enfermedad.

Es mucho más probable que un organismo responda bien a la infección si la entrada de los virus es limitada. Es decir, si el número de virus que entra al organismo no supera a los glóbulos blancos, la inmunidad celular trabaja bien, los glóbulos blancos controlan o someten a los invasores ganando la primera batalla. Por lo tanto, da tiempo para que se generen anticuerpos, que ganarán los enfrentamientos subsecuentes.

Da clic aquí para ver una infografía relacionada con esta investigación

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