Conexión Cinvestav / miércoles, 8 de julio de 2020 / Categorías: Boletin de prensa Hallan vestigios genéticos de poblaciones indígenas americanas en poblaciones polinesias El lunes 28 de abril de 1947, la embarcación Kon Tiki zarpó del puerto de El Callao, en Perú, con dirección hacia el Pacífico Sur; su misión: encontrarse con algunas de las islas polinesias y demostrar lo que hasta ese momento se creía imposible, que indígenas de América hubieran podido navegar en balsas hasta esa región. Al mando de la arcaica embarcación iba el explorador noruego Thor Heyerdahl, acompañado por solo cinco hombres, a quienes les llevó 101 días de navegación llegar al atolón Rairoa, en el archipiélago Tuamotu, situado en la Polinesia francesa. Con esa hazaña, el explorador noruego quería demostrar que era posible llegar desde el continente americano a las islas del Pacífico Sur, y robustecer la teoría de que la población polinesia tenía origen americano. A pesar de que la ciencia ha demostrado que la población polinesia se originó del sureste asiático desde la isla de Taiwán, una reciente investigación publicada en la revista Nature sugiere que, si bien los indígenas americanos no colonizaron esas islas, sí existió un contacto entre ambas culturas alrededor del año 1200 de nuestra era. Este hallazgo científico fue encabezado por Andrés Moreno Estrada, investigador adscrito a la Unidad de Genómica Avanzada (UGA-Langebio) del Cinvestav, quien menciona que su investigación tiene mucho de similitud con la del explorador noruego, sólo que en lugar de una balsa de madera se emplearon secuencias moleculares del genoma de poblaciones originarias; en vez de 101 días en la mar, la investigación ha llevado más de siete años; y no fueron seis personas las que participaron, sino más de una treintena de investigadores de diversas instituciones. “Nosotros planteamos la misma hipótesis (de Thor Heyerdahl) de un posible contacto entre la Polinesia y América Latina, pero desde el punto de vista genético, al buscar huellas de genes indígenas en habitantes del Pacífico. Eso requirió de mucha investigación transdisciplinaria y la obtención de muestras genómicas de ambas regiones”, mencionó el investigador del Cinvestav. La ventaja con la que contó el grupo liderado por Moreno Estrada fue que a través de su trayectoria científica ha desarrollado toda una base de datos de genomas de poblaciones indígenas de América; pero se tenían pocos datos genómicos de la población polinesia. Para ello, el grupo del Cinvestav realizó un muestreo en la Isla de Pascua (Chile), y estableció colaboraciones con la Universidad de Oslo, Noruega, y la Universidad de Oxford, Inglaterra, para extender la región de estudio a otras islas en busca de señales genéticas de un posible contacto prehistórico. “Nosotros (en Cinvestav) teníamos la parte latinoamericana y Erika Hagelberg (Universidad de Oslo) la contraparte de la Polinesia. A partir de ello pudimos generar perfiles genéticos, que básicamente es analizar una serie de posiciones genéticas a lo largo de todo el genoma de las personas, por medio de un microarreglo donde se encuentran las sondas de ADN de las posiciones a analizar y se comparan con el ADN de todos los individuos en la base de datos. Lo que obtenemos es un mapa de coordenadas que cubre todos los cromosomas y por lo tanto es posible capturar la huella de todos los posibles ancestros de cada persona”, explicó el investigador. A partir de estos estudios que se realizaron a más de 800 habitantes de diferentes islas de la Polinesia y de grupos nativos de América Latina, los investigadores lograron encontrar dos componentes indígenas americanos diferentes. El primero reflejaba rasgos de raíces mapuche (pueblo originario de Chile y Argentina), lo cual era esperado por las relaciones que se han tenido a partir de la adhesión de la Isla de Pascua a territorio chileno a finales del siglo XIX. Lo sorprendente fue que había otro rasgo, con menor proporción de frecuencia, de un componente genético compartido con poblaciones originarias de la región que comprende México, Colombia y Perú. “Encontramos en personas de distintas islas esa señal indígena de baja frecuencia, entonces aplicando métodos más sofisticados (llamado distribución de longitud de segmentos cromosómicos por ancestría) pudimos fechar el momento en que los segmentos indígenas se introdujeron en población polinesia, lo que nos dio una referencia de entre 20 y 26 generaciones atrás; es decir, el primer contacto ocurrió alrededor del año 1200 de nuestra era”, subrayó Moreno Estrada. También fue posible identificar que la población indígena que realizó ese primer contacto con las islas polinesias muy probablemente tiene un origen cercano a la zona de la actual Colombia. Esto se pudo inferir realizando un mapeo de afinidad genética con cada población costera indígena americana disponible en la base de datos, donde se pudo observar una señal más intensa en las regiones de Colombia y parcialmente de Ecuador, que en aquellas más al sur (Chile y Perú) o al norte (México y Centroamérica) del continente, aunque se requieren estudios adicionales para identificar con mayor precisión a cuál población en específico pertenece esa huella genética. En lo que sí ofrece certeza este estudio, es que al estar compartidas estas señales genéticas de indígenas americanos en pobladores de distintas islas polinesias (y no solo en Isla de Pascua), se cree que se trató de un evento único de contacto entre ambas poblaciones, ya que los segmentos indígenas identificados en las poblaciones de diferentes islas polinesias compartían la misma secuencia de ADN. La explicación más plausible para ello es que una vez que hubo tal encuentro, los pobladores polinesios siguieron explorando el resto del Pacífico y dispersaron la misma señal genética hacia las nuevas islas que conquistaron. Esta investigación internacional no sólo generó conocimiento que revoluciona el entendimiento de la historia humana en torno a uno de los episodios más enigmáticos de nuestra evolución, sino también brinda una nueva metodología genómica que posibilita el cálculo preciso de fechas, direccionalidad y origen genético de migraciones, capaz de emplearse en nuevos estudios de otras poblaciones o especies, en aras de proteger hábitats o evitar extinciones o dispersiones de patógenos, entre otros usos con impacto directo en la ecología, la conservación de la biodiversidad y la salud. Da clic aquí para ver una infografía relacionada con esta investigación Artículo anterior El impacto de las herramientas digitales durante la pandemia Siguiente artículo Vestigios genéticos entre poblaciones americanas y polinesias Print 8201